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Chaikovski, La bella durmiente: suite

Piotr Ilich Chaikovski, La bella durmiente: suite, Op. 66a
Rossen Milanov, director
Grabación realizada el 31 de mayo de 2019 en el Auditorio Príncipe Felipe (Oviedo).
Notas al programa realizadas por Vera Futers para aquel concierto:
“Deseo con todas las fuerzas de mi alma que mi música sea difundida, que se engrose el número de personas que la aman, que encuentran en ella consuelo y apoyo”, dejó escrito Piotr Ilyich Tchaikovsky. Ciertamente, su música posee la cualidad de llegar al corazón de personas de todo el mundo sin distinción de su edad, nacionalidad ni formación. Reconocido y estimado como uno de los grandes compositores de la historia de la música, es además un verdadero símbolo de la música rusa y una inspiración para los compositores que le siguieron.
Maestro del melodismo, sintió una especial fascinación por la literatura y la fantasía, que le permitieron dar rienda suelta a su enorme potencial creador. Prueba de esta atracción por lo fabulístico es el ballet La bella durmiente (1888-1889), basado en el cuento homónimo de Charles Perrault. Tchaikovsky tomó esta fábula infantil y con su música la transformó en una oda que refiere la lucha eterna del bien y del mal. Una “sinfonía bailable” sobre el destino y la vida, según sus propias palabras, hilada a partir de un viejo cuento sobre una princesa que se pincha el dedo y por obra de la hechicería cae en un profundo sueño de 100 años para ser despertada por un apuesto príncipe. Compuesto entre la 5ª Sinfonía y la ópera La dama de Picas, el ballet La Bella Durmiente se impregna del dramatismo característico de su música, pero también de su calidez y su resplandeciente lírica.
Tchaikovsky sentía un profundo cariño por el resultado de su creación. “Me parece que la música del ballet será una de mis mejores obras. El argumento es tan poético, tan favorable para la música, que quedé absorto en su composición y escribí con el fervor y el anhelo que distinguen las valías de una obra”, escribió a su benefactora Nadezhda von Meck.
Estrenado en 1890 en el Teatro Imperial de San Petersburgo, contó con libreto y coreografía de otro genio de las artes, el coreógrafo Marius Petipa. Su exitosa acogida por el público motivó que poco después del estreno Tchaikovsky se planteara elaborar una suite de concierto con fragmentos del ballet. La dificultad para su realización vino de que le resultaba imposible seleccionar los números musicales que contendría. “En lo que respecta al ballet, por Dios, no puedo decidirlo”, escribió a su editor Piotr Jurgenson. “Por lo general, me resulta difícil determinar cuáles son las mejores de mis obras. Todo me parece igualmente bueno o igualmente malo, dependiendo de si estoy o no satisfecho con una obra. En este caso, solo diré que La Bella Durmiente me complace en su totalidad, desde el principio hasta el final”. Sin haber llegado a una resolución, el compositor optó por posponer indefinidamente el proyecto. Sólo tras su muerte, en 1899 ésta vio la luz, publicada como una serie de cinco números, Op. 66a.
La Suite de La Bella Durmiente se compone de una brillante Introducción, que corresponde a la música de la bruja Carabosse, unida a la aparición del Hada de las Lilas del final del Prólogo del ballet; le sigue un bello Adagio, Nº8 del Acto I; el Pas de caractère, Nº 24 del Acto 3; el fastuoso Panorama, Nº 17 del Acto 2; y finaliza con el famoso y deslumbrante Waltz.
Para el ballet ruso, La bella durmiente tuvo una importancia equivalente a Ruslán y Ludmila de Mikhail Glinka para la ópera rusa (como germen y referente para la evolución posterior del género), y por ende siempre ha ocupado un lugar especial en el repertorio. Igor Stravinsky fue sólo uno de los grandes artistas que sucumbió a su encanto, y llegó a afirmar que La Bella Durmiente era “el ejemplo más convincente del gran poder creativo de Tchaikovsky”. También fue el primer ballet que vio la gran Anna Pavlova y la inspiró a convertirse en bailarina. Y el primer ballet en el que un jovencísimo George Balanchine, aun siendo alumno en la Escuela del Ballet Imperial de San Petersburgo, apareció por primera vez en escena.

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