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Un poeta persa del siglo once compuso un libro de cuartetas rimadas donde se ufanaba de estar sereno ante las adversidades o la dicha que el devenir le presentaba pues nunca había murmurado una oración en vano (todavía se regalan versiones de esos poemas). La experiencia de leer “De sexta y de séptima grandeza (poemas escogidos 1994-2021)” de Alfredo Rienzi nos predispone a ese mismo propósito de la mente que sin misterio pleno, tras la siempre ajena y embustera mano que dibuja los versos, sus pormenores casuales, los afirma y los cuestiona a la vez: a qué contarlos, a qué tachar o copiar otra vez un manuscrito, versiones sucesivas, no ya la felicidad, sino la emoción de aquello que se pretende referir (“No comprendo de quién es la mano/ que me lleva y que sigo.”); desocupado lector, parece aludir: se trata de juntar las manos como si en verdad estuviésemos recordando algo, un paradero desconocido, el viento que a esta hora proviene del noreste, porque tal como lo indica la palabra entusiasmo, en algún lugar había una vez y pasó el tiempo; es decir empezó el temblor (“de todas formas llegaremos desnudos.“). Un idioma comprende un número limitado de palabras; es otra manera de indagar dónde se encuentra la vida de alguien, qué hay en un sino (“equidistante de cada dónde y cuándo/ de las nubes de muchas formas/ y de los nombres gastados de las cosas.”). El ruido y la música del mundo trae consigo este volumen; quiere constatarlo.
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