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Michel de Montaigne
En las paredes y las vigas de su castillo iba escribiendo las frases que más le impactaban; de entre ellas se destacaba aquella que definía su marcado carácter humanista y de hombre del Renacimiento: ¿Qué sé yo? Hoy vamos a conocer la vida y la obra del hombre que creó nada más y nada menos que el género del ensayo moderno, Michel de Montaigne, un filósofo cuya obra fue mostrarse a sí mismo sin ropajes ni tabúes.
Michel Eyquem, conocido a la postre como Michel de Montaigne nació en el castillo familiar de Montaigne, cerca de Bordeaux, en el año de 1533. Su padre fue alcalde de Bourdeaux y gozó de gran fama y prestigio en su tiempo. De su madre sabemos muy poco, pues apenas la menciona el filósofo, parece que era de origen español, perteneciente a una familia de judíos conversos, los López de Villanueva, que habían tenido serios problemas con la Inquisición.
Su educación es bastante llamativa y revolucionaria. Su padre, Pierre Eyquem, envió al poco de nacer a Michel a vivir con unos campesinos de los que trabajaban sus tierras, para que conociera desde la infancia la pobreza. De vuelta al castillo, con pocos años, Michel fue educado por un tutor alemán que no sabía nada de francés y que solo le hablaba y lo educada en latín, de tal forma que hasta los 8 años solo conoció esta lengua. Luego aprendió el griego y el francés. Además, Michel era despertado con música, para que se potenciara en él el instinto de la sensibilidad y al arte.
Michel continuó su formación en Burdeos, donde curso en solo 7 años lo que otros tardaban 12. Posteriormente parece que estudió en la universidad de Toulouse, donde salió Graduado en Derecho. Una vez formado, ocuparía un puesto de magistrado en la ciudad de Burdeos y posteriormente llegaría a ser el regidor de la ciudad.
Montaigne realizó también trabajos como diplomático, concretamente como moderador y pacificador entre los diferentes bandos de las guerras de religión que asolaban Europa, recordamos las guerras en Francia en esa época entre hugonotes y católicos. Michel era católico, pero en su familia dos de sus hermanos eran protestantes.
El propio rey Enrique IV llegó a ofrecerle el puesto de consejero real, pero Montaigne, rechazó el puesto para dedicarse a la filosofía.
Dos personas sobresalen también en su vida, su amigo el poeta Étienne de La Boétie, muerto en la juventud y convertido por el autor en paradigma de la amistad y Marie de Gournay, su hija electiva, una de las primeras filósofas que defendió el feminismo y la igualdad de las mujeres, que dio forma al texto final de las obras de Montaigne.
Se casó en 1565 y tuvo varios hijos, de los que solo sobrevivió una hija. En sus ensayos, Michel llega incluso a hablar sobre su vida marital y nos cuenta que buscaba a su mujer en el lecho tres veces por semana.
Montaigne pasó los últimos años de su vida en la torre de su castillo, dedicado a la lectura y la escritura, viviendo bajo los principios modestos de su filosofía y retirado de la vida pública. Murió en 1592, mientras oía misa, con cerca de 60 años.
Antes de profundizar en su obra tenemos que advertir que no encontraremos en él un sistema filosófico como en los autores clásicos. No hay un sistema definido y ordenado sobre el conocimiento, sobre Dios, la metafísica, las leyes o la política, sino únicamente los pensamientos de un hombre cargado de vivencias, lecturas, lucidez y sentido común. En sí, es un socrático, un filósofo que busca en sus obras conocerse a sí mismo antes que a la propia naturaleza.
Su escritos se recogen en una obra titulada Ensayos, género al que le dio su propia personalidad. En lo más de 100 ensayos que componen el libro, el autor busca desnudarse a sí mismo y ofrecer su pensamiento más sincero sobre todo tipo de cuestiones, que abarcan desde el discreto tamaño de su pene, a la religión, o la tristeza, pasando por la ociosidad, los pronósticos, la política o el comercio, entre otros muchos.
Digamos que su obra puede entenderse como ese libro de cabecera al que uno acude cada noche para leer sobre una multitud de temas, sin orden alguno, buscando únicamente el diálogo con un hombre sabio del pasado, un hombre que como cualquier otro duda, vacila, se contradice, tiene infinitud de manías y sobre todo no para de preguntarse.