La familia de Carlos IV (Museo del Prado, de Madrid) es una de las pinturas más logradas de Francisco de Goya, pintor que supera cualquier encuadre estilístico, pues su forma de pintar experimentó una gran evolución, recogiendo la herencia pictórica de los principales pintores del pasado y, al mismo tiempo, convirtiéndose en el precedente directo de Realismo, Impresionismo, Expresionismo y Surrealismo. La obra de Goya es un trasunto fiel de su vida: es optimista en su primera época, cuando la fortuna le sonríe y es pesimista cuando su sordera, la Guerra de la Independencia y el absolutismo de Fernando VII convierten el último período de su vida en un momento triste y dramático.
La familia de Carlos IV es el más destacado de la serie de retratos reales iniciada por Goya en septiembre de 1799. El encargo de pintar este gran cuadro lo recibió el pintor en la primavera de 1800. Goya dispuso a los personajes de la familia en un austero interior sin alfombras, decorado en su pared del fondo, la única visible, con dos grandes cuadros cortados en sus bordes laterales y superior. El cuadro parece tener una intención de fuerte contenido dinástico, lanzando el mensaje de la seguridad en la continuidad sucesoria, con el protagonismo de la reina María Luisa de Parma como reina y madre prolífica, garantía de la sucesión dinástica, con la incorporación, incluso de la desconocida futura esposa del heredero Fernando, y transmitiendo el mensaje tranquilizador de la seguridad en el relevo monárquico borbónico por distintas vías sucesorias.
Parece ser que la apariencia de bondad y de apacibilidad que transmite la familia, y especialmente el rey, era un propósito de la pintura, y que esa idea prevaleció a la indolencia que, en paralelo, podía también percibirse. Se ha escrito que Goya quiso en este retrato colectivo ridiculizar a la familia real, mostrándoles vulgares y desprovistos de la alta dignidad de la realeza. Esta afirmación no parece verosímil, pues de ser así el cuadro hubiera sido rechazado y Goya apartado de la confianza regia. La propia reina aseguró, contemplando el cuadro mientras Goya lo estaba terminando, que todos los personajes estaban quedando “muy propios” y que ella “estaba muy satisfecha”.