Lo interesante de la experiencia fue la adopción del diálogo como metodología para encontrar esa chispa que une heterogeneidades, descubrir conexiones inesperadas que invitan a repensar la propia práctica y sus fundamentos. La producción de arte suele estar asociada a una actividad solitaria, de diálogo interno, cuando la mirada se abre y se contrapone con otras, como toda experiencia de intercambio suele ser transformadora, más allá del resultado. La hiperconectividad de la pandemia nos facilitó la relación, borramos fronteras a través de las pantallas de una manera cuasi natural y en esta vasta inmensidad del mundo conciliamos dos países, cuatro regiones, cuarenta y ocho artistas y veinticuatro parejas visuales.
El proceso fue variando, atravesando diferentes estadios de reconocimiento en el par, como si se tratase de mirarnos y compararnos frente a un espejo y hasta lograr establecer un eje temático o un hilo conductor, misterioso y silencioso que se revelase, una dialéctica común, un juego que finalmente nos animamos a jugar, un dar y un recibir.
“TE ESCUCHO, TE CONSIDERO, TE HAGO MI DEVOLUCIÓN” parecieran decirse las obras entre sí, aspectos básicos de la comunicación que en los tiempos que corren lamentablemente nos parecen extraordinarios.
15.000 kilómetros de por medio, cuatro horas de diferencia horaria, edades y realidades disímiles y no tanto, no impidieron que el arte siga siendo ese sano canal de comunicación.
En síntesis, un modo de dejarnos llevar por las ideas y la historia que nos atraviesa: ancestros españoles, colonización, inmigración, dictaduras, recuerdos, en ese fluir perpetuo de la creación, que fue esta vez, al
compás de las olas ondulantes del océano.
Silvia Januario- La Plata
Jimena Pezzucchi- Buenos Aires
Celina Negri- Córdoba